En griego antiguo Ἄτη, ‘ruina’, ‘insensatez’, ‘engaño’, era la diosa de la fatalidad, personificación de las acciones irreflexivas y sus consecuencias. Típicamente se hacía referencia a los errores cometidos tanto por mortales como por dioses, normalmente debido a su hibris o exceso de orgullo, que les llevaban a la perdición o la muerte. Instigada por Hera, usó su influencia sobre Zeus para que éste jurase que el día que naciera un mortal descendiente suyo, éste sería un gran gobernante. Hera inmediatamente retrasó el nacimiento de Heracles y provocó el de Euristeo prematuramente, logrando así que éste obtuviese el poder destinado al primero. Encolerizado, Zeus arrojó a Ate a la tierra para siempre, prohibiendo que volviese al cielo o al Olimpo. Ate vagó entonces por el mundo, pisando las cabezas de los hombres en lugar de la tierra, provocando el caos entre los mortales.
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